lunes, 27 de enero de 2014

Sotosalbos y Turégano.

En Septiembre fuimos a la provincia de Segovia, de comida y ya de paso a pasar el día. Y como no podía ser de otra forma, lo dedicamos al turismo, visitando tres pueblos más o menos conocidos.
El primero de ellos, sin lugar a dudas, fue el más pequeño y tranquilo que vimos durante ese día. Se trata de Sotosalbos, el cual se encuentra el noreste de la capital de la pronvincia, a la sombra de la Sierra de Guadarrama (¡qué bajos parecen sus picos desde el lado norte en comparación con el sur!).



Se nota que es un pueblo dedicado tradicionalmente a la ganadería, pero que poco a poco sus habitantes han procurado adaptarse a nuevas épocas, intentando atraer al turista. De ahí que actualmente vaya cambiando su apariencia, con algunas calles adoquinadas, el cuidado de las fachadas de sus casas y la posible restauración de su iglesia, además de los comercios y alojamientos que tienen para ser tan pequeño.



De la iglesia de San Miguel, templo románico construido en el siglo XII, sobresalen dos elementos, la torres y la nave porticada. Ambos elementos forman parte del conjunto de la Plaza Mayor del pueblo.


Es recomendable detenerse junto a la nave porticada para admirar sus siete arcos con sus columnas y capiteles, además de los canecillos y sus dos entradas, las cuales dan paso al interior donde veremos la apertura de una ventana y la propia portada de la iglesia.




Posteriormente nos acercamos a Turégano, un pueblo de mayor entidad pero también más alejado de la Sierra de Guadarrama.



Parece ser que la vida social de este pueblo se concentra en la Plaza Mayor, porticada y con edificios bajos a ambos lados, los cuales, aunque diferentes en apariencia guardan un estilo similar.



La Plaza está protegida por el castillo de Turégano, el cual se asienta en una pequeña colina. A simple vista se diría que ha sido contruido en varias fases, a incluso quedan restos de un antiguo recinto amurallado más amplio.



En su interior se encuentra la iglesia de San Miguel, una de las dos con la cuenta el pueblo. Aunque actualmente se encuentra en el interior del castillo, es de origen románico y anterior al castillo actual. Debido a la construcción posterior del castillo la iglesia tiene adosadas otras estructuras del complejo, y además, posteriormente le añadieron una espadaña, lo cual le da un toque muy curioso.


Tras la visita de Turégano nos dirigimos a un tercer pueblo, mucho más reconocido (merecidamente) al cual le dedicaré una entrada en exclusiva.




jueves, 16 de enero de 2014

Frutos del otoño.

En nuestras excursiones por los diferentes lugares a los que hemos ido este otoño (Barranco del río Dulce, melojar de La Acebeda, Hayedo de la Pedrosa, La Pedriza, o simplemente en nuestros paseos cotidianos nos fijamos en el paisaje, pero también en los detalles del ambiente, como sus animales y sus plantas.
Y no es para menos que nos fijemos en éstas últimas, pues muchas de ellas estaban cargadas de bayas de diferentes colores, frutos del bosque o frutos secos.

Empezando por los futos secos, por mi zona habitual de paseo sólo he sido capaz de ver las bellotas de las encinas (Quercus ilex). Sin embargo, a lo largo de los meses van pasando de un verde claro y brillante a un marrón oscuro, para finalmente caer al suelo.

Bellota.

Es entonces cuando son aprovechadas por lo animales como alimento. Indudablemente asociamos cerdos en montanera y grullas con las bellotas, pero por mi zona no hay ni unos ni otras... Sin embargo, otros animales sí que se las comen, como es el caso de las grajillas.

Bellotas.
Bellota.

Otro fruto seco que vimos fueron los hayucos en el Hayedo de la Pedrosa. No todas las hayas (Fagus sylvatica) presentaban sus hayucos todavía introducidos en una cúpula. Ésta cubre completamente los frutos hasta que se abren en cuatro valvas y aparecen los haycos agrupados de dos en dos.

Hayucos.

Tanto bellotas como hayucos también han sido consumidos por el hombre, de diferentes formas: crudos, tostados, molidos para hacer harinas y posteriormente pan (mezclado con harinas de cereales), etc. Aunque dicen que de los segundos no conviene excederse.

Hayucos.

En el hayedo también se veían algunas setas, varias agrupaciones creciendo directamente sobre el tronco de un árbol, seguramente en mal estado o muerto. Creo que se trata de Oudemansiella mucida, una seta realmente bonita cuando es pequeña. No estoy seguro de si en el resto de las fotografías se trata de la misma especie pero más vieja o de diferentes especies.

Oudemansiella mucida.


Pasando ya a las bayas y a los frutos del bosque, hay tres que son muy ubicuos. Son las moras de la zarzamora (Rubus ulmifolius), los escaramujos del rosal silvestre (Rosa canina) y las bayas el majuelo espino albar (Crataegus monogyna).
Las moras van pasando del rojo al negro según van madurando, momento en el que son apreciadas para comer en crudo, para la preparación de postres o de mermeladas.

Mora.
Moras.

En cambio, el escaramujo parece tener menor valor gastronómico, aunque parece que sí medicinal.

Escaramujo.

Y ya, las bayas del espino albar directamente creo que no se utilizan para la alimentación humana. Sin embargo, sí son muy importantes para la alimentación de otras especies animales, fundamentalmente los pajarillos durante el paso migratorio post-nupcial y en los duros meses del invierno.

Bayas de majuelo.
Bayas de majuelo.

En cuanto a frutos menos frecuentes, al menos por mi entorno, empiezo con aquellos vistos en el melojar de La Acebeda. El primero que nos llamó la atención fue la drupa del endrino (Prunus spinosa). La verdad es que quedaban muy pocas endrinas, éstas de color violáceo. Tal vez ya se las habían llevado para hacer mermelada o menos probablemente, un pacharán...

Endrina.

Por allí también encontramos los frutos rojos de la nueza negra (Tamus communis) planta que es completamente tóxica. Y los de la madreselva de los bosques (Lonicera periclimenum subsp hispanica) de la cual no conozco ningún uso culinario.

Nueza negra.
Madreselva de los bosques.

Otra planta venenosa y que acaparó gran parte de nuestra atención de la mañana fue el bonetero (Euonymus europaeus). Y no es para menos, por sus curiosos futos de color rosado que al abrirse dejan ver una semilla de un intenso color naranja. Sin embargo, está totalmente desaconsejada su ingestión pues su toxicidad es importante.

Bonetero.

Por allí también vimo otra seta, en este caso Cuprinus picaceus, que no será comestible, pero sí muy fotogénita y que nos recuerda a otra de intensos colores rojos.

Cuprinus picaceus.

Y en la zona del hayedo también vimos uno de los árboles que mejor saben vestir el color rojo, los serbales de los cazadores (Sorbus aucuparia), aunque los mostajos (Sorbus aria) tampoco les deberían envidiar.

Serbal de los cazadores.

Por allí también encontramos un plantita, al lado de la carretera, con estas bayas, pero sinceramente desconozco la especie a la que pertenecen.
Nota de noviembre de 2014: como todo en esta vida, se va aprendiendo poco a poco. Y las bayas que no conocía hace un año, ya sé de qué son: de la dulcamara (Solanum dulcarama), bayas venenosas para nosotros pero no para los pajarillos, encargados de disperar a esta planta.

Dulcamara (Solanum dulcamara)

También vimos torvisco (Daphne gnidium) en La Pedriza, sanguino (Cornus sanguinea) en el Barranco del río Dulce, o enebro (Juniperus spp.) en una de nuestras zonas de paseo.

Torvisco.
Sanguino.
Enebro.

Pero no todo son frutos en esta época. Aparecen también algunas flores como es el caso de los amentos de lo que creo un avellano (Corylus avellana). O una flores que brotan directamente del suelo, el azafrán silvestre (Colchium autumnale).

Amento del avellano.
Azafrán silvestre.

Así, aunque nos movamos por diferentes lugares no debemos de dejar de admirar a la naturaleza durante el otoño. Y aunque esta estación sea más asociada a la caida de las hojas muertas también podemos ver mucha vida de otras formas.





sábado, 11 de enero de 2014

La Pedriza.

A finales del pasado mes de noviembre fuimos al que sería nuestro último bosque en otoño. Aunque desde el principio sabía que no sería el más espectacular por aquella época, nos decantamos finalmente por él, en parte por su cercanía. Sin embargo, fuimos justo después de un temopral de nieve que atravesó la Península Ibérica por aquellas fechas y casi no quedaban árboles con hojas en la ribera del río Manzanares, estaban prácticamente tan desnudos como en pleno invierno.


Pero ya que estábamos allí decidimos dar un paseo por el sendero que lleva hasta el refugio de Giner de los Rios. Posiblemente se trata de unos de los recorridos más conocidos por los madrileños al igual que La Pedriza es uno de los enclaves más visitados de la Sierra de Guadarrama los fines de semana y en verano cuando la gente va a bañarse al río (actividad que no compardo que se realice en una zona protegida como es el Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares, y espero que ahora que forma parte del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama se tomen las medidas oportunas en el asunto).
En cambio nosotros nos acercamos un día entre semana, por la tarde, disfrutando del lugar con muy pocos excursionistas, lo cual se agradece para ir por el estrecho sendero.

Ya desde el aparcamiento sobresale, por encima de cualqueir otra cosa, los granitos que toman diferentes formas debido a la erosión y a las fracturas que sufren por los cambios de temperatura, formas que hacen que se active la imaginación popular y se les de diferentes nombres a los collados.



Aunque en las partes más altas, a las que no llegamos, casi no existe vegetación la cosa cambia en la parte más baja de las laderas y en el fondo de los valles. Durante todo el recorrido destaca el pinar formado por diferentes especies, algunas naturales de allí y otras plantadas a mediados del siglo XX, e incluso también hay numerosos cipreses que aparecen por allí.



Sin embargo, las partes más bajas deberían ser dominadas más bien por el encinar, el cual se ve en la orilla contraria del río. Además, se observan matorrales típicos del bosque mediterráneo, en especial la jara pringosa y la jara de montaña en menor medida.



Pero tanto entre tanto verde oscuro de los perennes pinos y encinas se veía algo de colorido, manchas de colro anaranjado dispersas entre sí.


El primero que vimos estaba lejano, aunque ya nos parcía un arce de Montpellier. Más cerca vimos las particulares hojas de estos arbolitos, hojas trilobuladas y pequeñas que iban desde tonos verdes y amarillentos a anaranjados y rojizos. Al menos esta especie todavía mantenía la hoja a finales de noviembre.



Al fin llegamos al refugio de Giner de los Ríos, el cual se encuentra en un claro entre tanto pinar, en el que crece mejor la vegetación de menor porte. Además, permite una mejor observación de las grandes masas de granito entre el bosque.




Sin embargo, se estaba nublando cada vez más y amenazaba lluvia. Tocaba bajar al aparcamiento, donde nos paramos a ver las primeras muestras del invierno que se avecinaba, con las cumbres de la Cuerda Larga bastante nevadas.




sábado, 4 de enero de 2014

De Daimiel a la Laguna de la Posadilla.

De nuevo vamos a Daimiel, en una de nuestras tradicionales quedadas con Carlos Rossi, que en esta ocasión vendría acompañado por su hermano menor. La excursión que teníamos organizada no estaba tan orientada a la ornitología como en otras ocasiones, pero no nos íbamos a olvidar de las aves ni mucho menos.
El punto de encuentro era una laguna del entorno de Daimiel, normalmente bastante solitaria pero que en esta ocasión había muchos más aficionados al mundo de las aves con su telescopios, prismáticos y cámaras.
No sé si por la época en la que íbamos (puente de diciembre) o por la mayor cantidad de personas vimos menor número de especies animales que en otras ocasiones. Sin embargo, haber ido hasta allí mereció mucho. Vimos las allí comunes malvasías cabeciblancas, un grupito de ansares comúnes y otro de gaviotas sombrías con alguna reidora, el colorido calamón, el cuchara común (la anátida más numerosa en ese día), la garza real en vuelo, un bando en vuelo de porrones europeos, el zampullín chico, diferentes especies de pajarillos como los bisbitas pratense y ribereño alpino o los chorlitejos chicos mezclados con las gallinetas.

Chorlitejo chico.

Sin embargo, la verdadera estrella fue el águila moteada, toda una rareza y más por el centro de la Península Ibérica. La pobre, incomprendida por los aguiluchos laguneros occidentales, no dejaba de ser acosada una y otra vez. Desde luego, no les gustaba tener a una forastera más grande que ellos como vecino y competencia.

Águila moteada.
Águila moteada y hembra de aguilucho lagunero occidental.

Nuestra siguiente parada se encontraba en el propio río Guadiana. Veníamos observando que a las grullas les gustaba posarse en sus orillas y campos adyacentes, de forma que nos dirigimos hacia allí con la esperanza de verlas. Y tanto que vimos a unas cuantas, posadas y en vuelo.
Además, dentro del propio río se veía una decena de cigüeñas blancas y algunos cormoranes grandes posados en árboles secos.

Grullas comunes.

Ese era uno de nuestros objetivos del día y estaba cumplido. Nos fuimos hasta el molino de Molemocho siguiendo siempre la orilla del río, desde donde vimos una gran afluencia de coches hacia las Tablas de Daimiel (ya sabíamos que ese no era el mejor día para acercarse a los observatorios).
De vuelta a Daimiel avefrías en los campos y cernícalos vulgares posados amenizaban el recorrido.Y de Daimiel, antes de comer, nos fuimos hasta el Castillo de Calatrava la Vieja para darle un toque más cultural e histórico a nuestra salida.

Castillo de Calatrava la Vieja.

 Se encuentra a orillas del Guadiana, en el término municipal de Carrión de Calatrava. Antaño fue una importante ciudad fortificada del Califato Omeya de Córdoba y debido a ello, lugar de disputa entre musulmanes y cristianos durante la Reconquista. En este periodo pasó a formar parte de las posesiones de los Caballeros Templarios, pero posteriormente su defensa fue encomendada al abad Raimundo de Fitero, que posteriormente crearía Orden de Calatrava.
Sin embargo, tras la batalla de Alarcos, donde se encuentra otro importante castillo, Calatrava la Vieja fue recuperada por los almohades. Sin embargo, en 1212 fue de nuevo recuperado por los cristianos, hecho definitivo tras la batalla de Las Navas de Tolosa. Sin embargo, la sede de esta Orden Militar se trasladaría al castillo que actualmente se conoce como Calatrava la Nueva.



 De esta historia quedan unos yacimientos a los cuales no se puede acceder libremente. El castillo forma parte del Parque Arqueológico de Alarcos-Calatrava la Vieja, el cual se mantiene cerrado al público, excepto unas visitas guistadas al Castillo de Calatrava la Vieja, aunque no sé muy bien horarios y tarifas.
En fin, una pena que un lugar con tanta historia se vea actualmente en esta situación.
Al menos, aunque no pudimos entrar al recinto, lo que vimos desde el perímetro nos dio una pequeña idea del lugar. Y además, nos permitió la cercana observación de un mochuelo europeo, da gusto cuando se dejan ver así.

Mochuelo europeo.

Ya se nos estaba haciendo tarde tras la comida y todavía nos quedaba una parada, la que a la postre sería la más interesante desde el punto paisajístico: el Monumento Natural Laguna y volcan de la Posadilla.
Se trata de un maar, una laguna de origen volcánico que se forma tras una erupción hidromagmática situada en la región volcánica de Campo de Calatrava, exactamente entre Valverde y Poblete.



Es nuestro primer contacto con este tipo de paisajes y realmente nos dejo impresionados por su tamaño. Se encuentra el cráter con la laguna al fondo, mientras que en uno de los laterales aparece una cresta cuarcítica que le otorga al conjunto una mayor altitud.




En las laderas del interior del cráter crece el bosque mediterráneo formado por diferentes especies del género Quercus, además de matorral. Junto a la laguna se ve la vegetación típica de las orillas de estos ambientes, siendo curioso el contraste entre ambos ecosistemas tan cercanos el uno del otro.



Subiendo opr la cresta se puede observa el entorno del maar, con campos cultivos de cereales y olivares, además de panorámicas de la llanura castellana.




 Nostros estuvimos por la tarde, con el sol en muy mala posición y por ello, muy mala luz para hacer fotografías bonitas. Sin embargo, aguantamos allí hasta el anochecer, cuando el sol se ocultó tras la cresta del cráter del volcán.



Ya sin luz era hora de volver, no sin antes ver algunas garcillas bueyeras y el último mochuelo del día.