viernes, 27 de diciembre de 2013

Hayedo de la Pedrosa.

Después de ir al melojar situado en La Acebeda teníamos planeado ir a otro lugar cercano en busca de acebos y serbales de los cazadores. Sin embargo, en el coche hubo un repentino cambio de planes y finalmente nos dirigimos hacia la cercana localidad de Riaza.



La duda estaba básicamente si visitar alguno de los pueblos cercanos (los conocidos como Pueblos Rojos y Negros) o seguir disfrutando de su naturaleza disfrutando del otoño. Finalmente nos decidimos por la segunda opción y bien que hicimos. Para ello, íbamos a subir hasta el puerto de la Quesera.
No estábamos seguros del estado de la carretera y teníamos bastante respeto a subir hasta arriba. Pero viendo que el estado era bueno para una carretera de montaña decidimos seguir subiendo hasta un hayedo que sabía que se encontraba por allí, el hayedo de la Pedrosa, el más meridional de los que hay en Castilla y León (pero no de España, ya que más al sur están los famosos hayedos de la Tejera Negra (en Guadalajara) y de Montejo (en Madrid)).
Mientras íbamos subiendo veíamos que estábamos rodeados de algunos pinares y sobre todo, de melojares. Pero ya se veía una mancha grande y a bastante altura, de otro color que resaltaba entre el verde del matorral y el tono más apagado del melojar, era de un color más parduzco tirando a morado desde la distancia. Desde luego, aquel era nuestro destino.



Al dejar el coche me sorprendió la cantidad de gente que había allí, en especial al pensar que era mucho más desconocido que los otros dos hayedos relictos que se encuentran en el Sistema Central. Pero por suerte, allí reinaba el silencio
Pero no me extraña que así sea sabiendo que aquel era un lugar mágico con sus tonos verdes, amarillos, anaranjados, rojizos, ocres y marrones, al fin y al cabo, la gama que indica que estamos en otoño. Aquella mágina enmudecía a los turistas, salvo algún comentario diciendo lo bónito que era aquello o una tranquila conversación sobre composiciones fotográficas (desde luego no mías, yo no soy ningún experto fotógrafo).



En fin, ningún grito que alterara a la naturaleza ni a nosotros, gente respetuosa con la naturaleza. Ojalá cunda el ejemplo con otros lugares similares.



Pasando al lado menos humano, decir que justo después de bajar del coche lo que más sorprende es el canchal que se encuentra entre el hayedo, de donde imagino que vendrá su nombre (La Pedrosa).



Este cancha abre un enorme claro donde sólo consigue enraizar alguna que otra haya común (Fagus sylvatica) bajo las caules se encuentra el arándano (Vaccinium myrtillus).

Arándano.


Pero ya es hora de adentrarse en el propio hayedo.



Sus árboles se van deshojando poco a poco: algunas ramas todavía presentan una tonalidad verde brillante, pero sus bordes empiezan a amarillear hasta que al final, invade toda la hoja.



Y de amarillo a esos ocres hasta que finalmente llega a un marrón oscuro, marrón que me recuerda al cuero.




Y son estas hojas marrones todavía brillantes las que caen a tierra donde crean esa alfombra tan bonita y atrayente, ésa que pisamos y nos transporta al mundo de ensueño.



Pero no todos tienen la suerte de caer en el suelo, unas pocas llegan al pequeño arroyo que lo atraviesa para ser transportadas unos cuantos metros y finalmente sedimentar. En fin, las aguas también corren sobre ese manto de marrones hojas.
Sin embargo, algo de tonos verdes ocuros y brillante llama nuestra atención en la orilla de este arroyo. Es uno de esos acebos (Ilex aquifolium) que íbamos a buscar en otro lugar pero que finalmente vemos por aquí. Tiene una algura considerable, de aproximadamente dos metros (tal vez algo más) pero que se queda muy pequeño entre las hayas...

Acebo.


No nos adentramos mucho más en el bosque y decidimos continuar a pie por aquella carretera de montaña, con la esperanza de conseguir buenas panorámicas del valle con sus bosques.



Pero nada más salir a la carretera nos quedamos observando y fotografiando a otro de nuestros objetivos del día, el serbal de los cazadores (Sorbus aucuparia). No es para menos, qué bonitos están con sus frutos anaranjados delante de las hojas de diferentes tonalidades. Pero esos frutos, junto a los de otras muchas especies, los dejo para una próxima entrada específica.

Serbal de los cazadores.

Era el primero que veíamos, aunque había muchos más en el borde de la carretera. Además, había ejemplares de otra especie de su mismo género, el mostajo (Sorbus aria), que a la vez es tan parecido y diferente.
En cuanto a las panorámicas, alcanzábamos a ver Riaza con la llanura segoviana, Riofrío de Riaza con su pequeño embalse, y el bosque de melojar con sus tonos algo más apagados y contrastados que los del hayedo.




En cuanto al hayedo, al seguir subiendo por la carretera se veía cómo crece al fondo de las pequeñas depresiones que forman los arroyos que alimentan al río Riaza al fondo, formando una gran V.



Pero en las laderas también se encuentran zonas de matorral con algún árbol aislado. Este matorral, el cual creo que es piorno (no estoy nada seguro), nos permitía tener mejores vistas aún de todo aquello por donde habíamos estado y de aquellas cimas de la Sierra de Ayllón donde desearíamos estar.



En cambio, para suplirlo seguimos subiendo hasta el puerto de La Quesera, donde nos topamos con un enorme contraste de hábitats y colores. Pasábamos de los amarillentos del melojar y del hayedo al verde oscuro de los pinares, pasábamos de las masas boscosas delimitadas por los matorrales al bosque continuo de pino. Y pasábamos de un horizontes llano al fondo a uno que seguía siendo montañoso hasta donde alcanzaba la vista.



Había ganas de continuar por allí, pero se nos hacía tarde y había que regresar hasta el hayedo primero y a casa después.





Pero la naturaleza nos iba a dar una última visión maravillosa cuando unos cuantos rayos del sol que se estaba poniendo consiguieron sortear el cielo nublado, rayos que iluminaron una pequeña franja del hayedo y de los riscos que había encima.



O tal vez la naturaleza se estaba burlando de nosotros al mostrarnos aquello con una maravillosa luz en el último momento, o simplemente quería que volvieramos en un días despejado del siguiente otoño. Espero que sea eso último, lo cual no dudo que hagamos.





lunes, 23 de diciembre de 2013

Catedral de Santa María de Burgos.

Vista de la Catedral desde el Arco de Santa María.

 De la conocidísima Catedral de Santa María de Burgos se pueden contar y comentar muchísimas cosas, seguramente tantas como detalles tienen sus fachadas, sus torres terminadas en agujas, las diferentes puertas y su cimborrio si la miramos desde el exterior. O en su nave mayor, el transepto con su cimborrio, las múltiples capillas entre las que sobresale la del Condestable, y el claustro si la recorremos en su interior.
Por eso, prefiero mostraros su grandiosidad lo major que puedo a través de las fotografías y no de las palabras. Éstas las realicé en dos visitas diferentes, una hace justamente un año y otra hacia finales de septiembre.
Para aquellas personas que quieran saber más, bien pueden buscar información en libros o en internet, o preferiblemente puede ir hasta Burgos un fin de semana y adentrarse, lo cual es mucho más deseable (pese a su elevado precio).


Fachada de Santa María (Siglo XIII) y agujas (siglo XV).

Fachada de Santa María y cimborrio del crucero (siglo XVI)

Cimborrio del crucero y fachada de Santa María.

Fachada y Puerta de la Coronería (siglo XIII)

Cimborrio del crucero.

Fachada de Santa María, en la visita de septiembre.

Torres y fachada del Sarmental (siglo XIII).

Puerta del Sarmental, nos da acceso al interior de la catedral.

Escultura del canónigo Gonzalo Díaz de Lerma en la Capilla de la Presentación (siglo XVI).

Coro (siglo XVI).

Capilla Mayor (siglo XIII) con parte del retablo mayor (siglo XVI).

Cimborrio del crucero.

Vitrales sobre el retablo mayor.

Nave lateral

Reja entre la Capilla Mayor y la nave lateral.

Bóveda oval renacentista de la Capilla de la Natividad (siglo XVI).

Sepulcro de los Condestables en la Capilla del Condestable (siglo XV).

Bóveda de la Capilla del Condestable.

Pasillo del Cláustro Alto.

Vidrieras del Cláustro Alto.

Portada de la capilla de Santa Catalina (siglo XIII).

Cláustro y cimborrio del crucero.


Dado que llevaba también el objetivo 70-300 mm aproveché para realizar fotografías de algunos detalles del exterior que me llamaron la atención.






Quiero hacer una recomendación para aquellos que vayan a Burgos. Junto a la Catedral, posiblemente otro de los mejores y más interesantes lugares para el visitante (y para el residente) sea el Museo de la Evolución Humana.

Catedral desdes el Museo de la Evolución Humana.






miércoles, 18 de diciembre de 2013

La Dehesa Boyal de La Acebeda.

Teníamos muchas ganas de vistiar algún bosque donde ver los colores del otoño, en especial al no haber podido ir a ningún lugar el año pasado, en concreto debido a la climatología adversa. Al contrario que el otoño pasado, a lo largo de éste ya hemos visitado tres bosques situados en lugares diferentes como son las Sierra de Ayllón, Somosierra y Navacerrada.
El primero de estos bosques fue un melojar situado entre los municipios de Robregordo y La Acebeda, concretamente la conocida como Dehesa Boyal de La Acebeda.



Los melojos o rebollos (Quercus pyrenaica) todavía no mostraban las hojas del típico marrón de esta época, pero sí una mezcla cormática de verdes, amarillos y ocres ya que aquel bosque acababa de entrar en el otoño. Esta masa forestal, como en otros casos, es bastante uniforme en árboles de gran porte y prácticamente específico de robles melojos.



Sin embargo, se observan ejemplares más pequeños y de tronco más estrecho, jóvenes al fin y al cabo. Esto atestigua que son  zonas clareadas que se están recuperando tras la tala para leña y carbón, usos que actualmente no sé hasta qué punto se conservan en la zona.



Pero no todo son melojos, ya que la Dehesa Boyal es atravesada por un peueño arroyo que le otorga un área de mayor húmedad y gracias a ello, mayor diversidad vegetal. Allí, el estrato arbóreo también está formado por cerezo silvestre (Prunus avium) y bonetero (Euonymus europaeus).




Sin embargo, es más diverso el estrato arbustivo, con majuelo (Crataegus monogyna), rosal silvestre (del cual vimos una especie cuyos frutos eran más pequeños que los del típico escaramujo (el cual también estaba), la zarzamora (Rubus ulmifolius), el endrino (Prunus spinosa) y el avellano (Corylus avellana). Todos estos arbustos estaban cargados de frutos rojos, negros y morados, danto un toque de color al bosque. Eso sí, ni una avellana.
Y ya, a la altura del suelo, formaciones de helechos cerca del arroyo, así como azafrán silvestre (Colchium autumnale).



 Al igual que en el caso del arroyo, otras zonas con mayor variedad son las zonas aclaradas y los linderos del camino, con presencia de enebro común (Juniperus communis), nueza negra (Diocorea comunis) de la cual sólo quedaban algunas bayas, madreselava de los bosques (Lonicera peryclumenum subs hispanica) y sobre todo, retama negra (Cytisus scoparius) la cual estaba por casi todos los lugares donde pudiera crecer.



Y aun así, sé que no conseguí identificar otras plantas vistas, y seguramente haya otras muchas que no vimos y que se suponen típicas de los melojares del Sistema Central.



Además, ver los colores del otoño, disfrutar de los frutos que dan en esta época numerosas plantas, frutos que sirven de comida para algunas de las aves que por allí cantan, todo ello en la máxima tranquilidad que puede dar la sierra madrileña, pues prácticamente estábamos solos, solos en contacto con la naturaleza.




 Para todos aquellos que quieran disfrutar del entorno, entre el pueblo de La Acebeda y la Dehesa Boyal existe un pequeño merendero donde se pueden aparcar los coches.