jueves, 24 de octubre de 2013

Pajareando en verano: Daimiel.

Daimiel, Daimiel...lugar al que tanto nos gusta ir. Tanto que ya van unas cuantas excuriones por allí en aproximadamente 2 años, y no nos cansaremos de seguir acercándonos por allí. Una especie nueva, otra que habíamos visto antes pero que resulta más frecuente, un lugar nuevo, el paisaje cambiante, o cualquier otro detalle que hace que cada visita se diferente siempre animará a que volvamos.
En esta ocasión nos acercábamos en pleno verano, el 27 de agosto específicamente, solos Carlos y yo. Buscamos el que sería el día perfecto por entonces: bajada de las temperaturas en un día entre semana a finales de agosto, para intentar ver al menos el inicio del paso migratorio junto al menor número de visitantes posible. Además, yo buscaba otro de esos cambios en el paisaje, ya que sabía que la vegetación palustre se encontraría totalmente verde y muy posiblemente el nivel hídrico siguiera alto, como así fue.




Al llegar veía a mi compañero parado junto al puente del molino de Molemocho. Me estaba esperando, ya que había detectado a unos martinetes por allí, aunque sólo pude disfrutar de un juvenil moviéndose entre los tarays.Sin embargo, fue todo un adelanto para lo que se nos avecinaría posteriormente con las ardeidas, prácticamente durante todo el día.
También por esa misma zona vimos familias de somormujo lavanco, algún zampullín chico y fumareles cariblancos volando.
Ya en el propio Parque Nacional nos dirigimos primero a las pasarelas de madera hasta la Isla el Pan para posteriormente hacer parte del itinerario de la Torre de Prado Ancho. Sinceramente, se notaba la poca o nula presencia de personas: numerosas garcetas comunes, fochas comunes a decenas, algunas gallinetas comunes y numerosos patos colorados (en fase de eclipse) ocupaban toda la lámina de agua, incluso cerca de las propias pasarelas.

Hembra de pato colorado.

Pato colorado (hembra o juvenil).

Pato colorado (hembra o juvenil).


Además, se dejaba ver algún cuchara europeo y el primer porrón pardo que veíamos en libertad en el P.N.

Porrón pardo.

Además, el canto de los pajarillos nos acompañaba en todo el recorrido: jilguero, verderón común, familias de buitrones, algún colirrojo tizón, tarabilla común, carbonero común, un gorrión molinero, alcaudón común, los ruiseñores bastardos y muchísimos carriceros comunes, estaban por todos los lados. 

Carricero común.
 
A lo largo del día también vimos a otros pajarillos en paso migratorio como papamoscas gris, papamoscas cerrojillo y mosquitero musical.

Papamoscas cerrojillo.
Papamoscas gris.

Creo que merece ser destacada la presencia de algunos abejarucos europeos, una abubilla, el pito real, los siempre presentes aguiluchos laguneros, además de un juvenil de aguilucho cenizo sobre las charcas. También un pequeño grupo de avefrías, una cigüeña blanca, cormoranes grandes en vuelo o posados en su dormidero, gaviotas reidoras y sombrías. Y de nuevo, en un periodo en el que no esperaría encontrarlos, un par de grupos de ansares comunes.
Y bastantes aredidas, como las garcetas comunes que ya mencioné, algunas garzas reales posadas o en vuelo, y sorprendentemente para mí, un gran número de garzas imperiales, una garceta grande que se encontraba pescado y dos avetorillos que estaban reclamando (y uno dejándose ver).

Garceta grande.

Pero nosotros también teníamos pensado ver algo más de movimiento de limícolas (sabiendo que el grueso de ellas todavía no habría llegado), y salvo las estivales cigüeñuelas comunes y los andarríos chicos no vimos más por allí.
Para ello nos desplazamos, después de comer, a unas lagunas cercanas, donde pensaba que las posibilidades de verlas serían mayores. Y así fue, aunque con poca cantidad de individuos. Además del andarríos chico se encontraban el andarríos grande y el andarríos bastardo, una pareja de combatientes (se diferencian muy bien por el tamaño), chorlitejos chicos, archibebes claros y archibebes comunes, y además eran muy numerosas las cigüeñuelas (juveniles y adultas).

Cigüeñuela común juvenil.

Pero no sólo se encontraban las limícolas. Entre las zancudas también se encontraban los flamencos, aunque en esta ocasión eran menos y había muchos juveniles.

Flamenco común juvenil.

Personalmente iba con ganas de ver moritos, y así fue. Vimos a varios individuos, incluido un juvenil acompañado por uno de sus progenitores.

Moritos adulto (izquierda) y juvenil (derecha). Cigüeñuela (abajo).

Y no nos podemos olvidar de las anátidas, como los tarros blancos (que por alguna causa en un principio los confundí en vuelo con avocetas, tal vez el diseño alar), los ánades azulones, el porrón europeo, la cerceta común, y sobre todo, las malvasías cabeciblancas, curiosamente las más numerosas.
Había algún macho con su llamativo pico azul pálida, pero no eran los más numerosos. Eran superados por hembras y juveniles, e imagino que también habría algún macho en fase de eclipse. Junto a estos grupos de malvasías cabeciblancas no era raro ver a algún zampullín cuellinegro.

Malvasía cabeciblanca.

Allí también es común una de esas aves tan llamativas, de color azul y pico rojo, el calamón común. Aunque en esta ocasión sólo vimos un ejemplar medio escondido entre la vegetación palustre.


Calamón común.

Tampoco faltaron los pajarillos por esta zona, como por ejemplo mi primera golondrina dáurica (acompañada de golondrinas comunes, aviones comúnes, aviones zapadores y algún vencejo común). Además, los carriceros comunes estaban por todos los lados de nuevo, nos pareció escuchar a un carricero tordal y vimos a la curruca mosquitera.

Carricero común.

Y al igual que por la mañana, por la tarde las ardeidas no dejaron de acompañarnos. Primero fueron los martinetes con un cercano juvenil, mientras que un adulto se encontraba pescando algo más lejos.

Martinete.

También se veían garzas reales e imperiales en vuelo, y vimos a un pequeño bando de garcillas bueyeras posadas.

Garcillas bueyeras. También se ve porrón europeo, cerceta común, fumarel cariblanco, entre otros.

Pero fue otra garcilla, la cangrejera, la que más nos animó la tarde. Se encontraban rodeando toda la laguna, salían volando desde el carrizo y se posaban de nuevo, bien ocultas o bien en la orilla o en los árboles secos.

Garcilla cangrejera.

Sorprendimos a dos de estas garcillas cangrejeras posadas en un árbol seco. En realidad pensábamos que eran tres, pero una resultaba un poco diferente y además era bastante confiada. Y tanto que era algo diferente, ya que se trataba de un avetorillo ni más ni menos, totalmente al descubierto, el cual nos permitió observarlo y fotografiarlo a placer.

Avetorrillo común.

Otras aves observadas fueron ánade friso y cerceta pardilla en la laguna de aclimatación, cernícalo vulgar, y las ya mucho más comunes paloma bravía y paloma torcaza, tórtola turca, mirlo común, estronino negro, urraca y gorrión común, lo cual nos permite completar lo que fue un día muy completo en pleno verano.






lunes, 14 de octubre de 2013

Por el valle de Camprodón.

Esta entrada la debería haber escrito mucho antes, como tantas otras que todavía tengo que publicar pero que debido a la acumulación de material no puedo (unos meses no tengo nada para poner y en otros me sobra).
El caso es que a principios de agosto (ya han pasado dos meses desde entonces), me fui a Cataluña para recoger a mi hermano y pasar un fin de semana por allí, primero en Barcelona y posteriormente en los Pirineos.
La zona elegida fue un pueblo a medio camino de Camprodón y de la estación de esquí Vallter 2000. Como espero que comprendáis, en este valle de Camprodón los lugares a visitar son numerosos y el tiempo disponible muy poco, así que había que aprovecharlo al máximo para ver lo que se pudiera.

Puente Nuevo de Camprodón.

Nada más llegar, visita rápida por el pueblo, comer y decidimos subir hasta Vallter 2000 para disfrutar de las cotas altas de la montaña. Como su nombre indica, la estación rebasa los 2000 metros de altura, por lo que las panorámicas del inicio del valle desde el lugar deberías ser impresionantes, como así fue.



Pero también se tenía que subir para disfrutar de la fauna y de la flora del lugar. En esas cotas predominan los pinares de pino negro, pino albar y abetos, además de los pastos (naturales en las cumbres o favorecidos por la presencia de la estación de esquí y la erosión).




Y al fondo, el circo glaciar del que nace el río Ter y las cumbres más altas de la zona oriental de los Pirineos, con los 2880 metros de altura del Pico de Bastiments, el cual marca la frontera con Francia.

Pico de Bastiments al fondo.

Desde ahí fuimos bajando poco a poco hacia Setcasas, siempre acompañados por el Ter. Así que hicimos alguna parada para ver algún salto de agua. Agua acompañada por numerosas plantas en flor asociadas a medios húmedos como este y que daban un toque de variedad al bosque de coníferas (a esa altura con más pinos).



Ya en Setcasas el río se ensanchaba, aunque todavía rápido y muy, muy frío. Además, el bosque de coníferas era sustituido por uno de ribera en primer término y de caducifolios en las laderas.



El primer día no dio tiempo a mucho más. Bueno, a un poco más sí, ya que mientras descansaban unos acompañantes otros nos dimos un paseo por un sendero cercano al alojamiento, durante el atardecer.



Desde allí se veía Setcases y Vallter hacia el norte. En aquel momento, las cumbres todavía iluminadas resaltaban sobre el fondo del valle en penumbra.  Y al otro lado, Villalonga del Ter, donde los colores del atardecer se hacían más manifiestos según bajaba el sol.



Pero a lo largo del camino no sólo me detuve con los paisajes, ya que de nuevo el número de especies de plantas en flor era numerosos, concentrándose en las zonas más húmedas y en el borde del sendero (no muy transitado que digamos).



Ese día finalizó intentado ver alguna estrella fugaz, ya que ese viaje coincidió con las Perseidas. Estuve poco tiempo y casi no vi estrellas fugaces (me dijeron que posteriormente se vieron más). Eso sí, el cielo nocturno estaba como hacía tiempo que no lo veía, sin contaminación lumínica y con millones de estrellas en todo el firmamento.

Al día siguiente, madrugón individual ya que quería aprovechar mientras los otros dormían para ir por otro camino que salía desde el alojamiento, estaba vez algo más alto que el de la tarde anterior, en busca de algunos pajarillos (como mostraré en otra entrada).



Y como estaba a mayor altitud el cambio de flora era bastante manifiesto, pasando de un frondoso bosque caducifolio a grandes zonas de pastos poblados en ese momento por hierbas altas y florecillas de multitud de colores, además de algún árbol disperso, matorrales, y finalmente el inicio de un bosque de abetos.





Fue ahí donde me paré, ya que un rico desayuno y mis acompañantes me estarían esperando. Y tras el desayuno decidimos volver a Camprodón, el pueblo más importante de la zona desde el punto de vista turístico y comercial. Aquí me debo detener con la gastronomía: diferentes tipos de fuet, bull o paltruc, diferentes tipos de quesos, mermeladas, patés, y lo que parece ser uno de los productos típicos de la zona, la miel.



Sin embargo, este pueblo también importante desde el punto de vista histórico. Entre su patrimonio destaca, sin lugar a dudas, el Puente Nuevo, el cual permite cruzar el río Ter desde el siglo XI.



Pero también hay que tener en cuenta sus edificios eclesiáticos (más alejados de las calles importantes del lugar) como son la Iglesia de Santa María y el monasterio de San Pedro, perteneciente a la orden benedictina. Ambos son de origen románico, con modificaciones posteriores según la época.

Monasterio de San Pedro.

En fin, fueron dos días muy intensos para sacarle el máximo provecho a esta breve visita a esa parte de los Pirineos. Sin embargo, como indica el nombre de estas florecillas azules, no me olvidaré de un lugar al que espero volver.

Nomeolvides (Myosotis spp.)




jueves, 10 de octubre de 2013

De paseo por Bimenes.

Anteriormente ya habíamos estado por gran parte de Villaviciosa y por algunas zonas de Cabranes, Nava, Colunga y Sariego. Y sólo nos quedaba ir al concejo de Bimenes para completar todos los que conforman la conocida Comarca de la Sidra.
 La zona elegida de este último concejo es el valle formado por el río Pra (el cual atraviesa el concejo de sur a norte) y uno de sus afluentes, a la falta de la Sierra de Peñamayor.



Primero decidimos subir por el cordal del sur de este valle, desde Santa Gadía.  Desde allí, en todo momento teníamos unas buenas panorámicas del valle y más allá, Santumedero y Rozaes, Tabayes y otros muchos pueblos y aldeas cuyo nombre desconozco y no sabría identificar.




E incluso al fondo, hacia el oeste, se veía con ese típico azul que da la lejanía, la Sierra del Áramo, bastante más imponente y abrupta que en la que nos encontrábamos en ese momento.



Sin embargo, aunque empezamos viendo dedaleras y otras plantas típicas de ambientes húmedos, aquel día de verano junto a la falta de vegetación que nos cubriera las cabezas del sol hacía que fuera desaconsejable andar a esas alturas. Dejamos los helechos y las asturianas de los valles allí y decidimos bajar de nuevo, al fondo del valle.
Así que, sabiendo que por allí había un sendero que acompaña a un río nos dirigimos hacia allí. Se trata de la senda de los Molinos de Bimenes, la cual empieza en La Llera y finaliza en la Velía, al otro lado del valle.


Sin embargo, aunque la completamos...debo decir que en la propia Comerca de la Sidra son relativamente frecuentes las "rutas de los molinos", como la del río Peña en el vecino concejo de Nava, o la del río Profundo en el concejo de Villaviciosa. Y sincéramente, estas dos rutas me han parecido mucho más bonitas y de menor dificultad.




Para mí, lo mejor de la ruta, se encuentra al final, cuando más cerca y a mayor altura podemos ver Peñamayor y darnos cuenta de su granciosidad. Pero también la zona recorrida anteriormente, encajada entre las laderas boscosa, y por último, ir de pueblo en pueblo al bajar por la carretera hasta La Llera de nuevo.